
Ajena a los avatares del Tatono doña Hanna recibió una visita inesperada. El gitano venía por los animalitos que le había dejado a su cuidado, ignorando que la robusta cocinera los había convertido en apetitosos bocados.
La polaca, que en ese momento desplumaba una docena de chimangos para elaborar sus famosas codornices en escabeche, le pidió que viniese mas tarde argumentando que el perrito y la mula estaban en lo del veterinario para un chequeo de rutina.
Cuando el hombre volvió por la fonda recibió un nuevo embuste como respuesta. Le dijo que los tenía en penitencia por mala conducta y que no podían recibir visitas. La mula –explicó- siempre me patea en contra y el perro le voltea las ollas de la cocina, y lejos de reconocer su torpeza se hace el boludo, como es propio de la especie.
- Ya que está aquí y para darle sentido a su viaje –señaló doña Hanna – he pensado que bien podría arreglarme las goteras del techo que tantas molestias causan a mi distinguida clientela.
A cambio, después del cierre del establecimiento, lo agasajaría con alguna de sus afamadas exquisiteces.
El gitano debió aclararle que él era zíngaro no zinquero, pero que de todos modos aceptaba el convite.
-Por qué no nos presentamos- dijo galante. Peret, encantado, pero dígame Pata Negra, como mi abuelo.
-Hanna, tanto gusto, para los amigos La Polonesa. Espero que sabrá tocarme tan bien como Chopin- contestó son esa sutileza tan propia de las mujeres de su tierra.
- Mis dedos harán milagros en su teclado voluptuoso- siguió excitado el gitano a punto de abandonar la escalera y pasar a la vía de los hechos.
-Callesé, no ve que me sonrojo, me turbo, me caliento...
El romaní pasó unas horas sobre el techo sin hacer nada. Con la sequía que hay, malo será que llueva antes de la noche – pensó mientras se hurgaba las orejas con la uña del dedo meñique que conservaba larga para tales menesteres.
La polaca, mientras atendía a los últimos comensales entre los vahos de la grasa de cerdo y el aceite recocido, concluyó que el gato de la vecina, que solía venir por los desperdicios, bien pasaría por liebre en las fauces de su invitado.
-¡Al fin solos! Suspiró doña Hanna. –que si bien era gorda y patizamba, carecía de belleza.
- Su guisado es delicioso.-galanteó el gitano mientras se desabrochaba el cinto para aumentar la capacidad estomacal. ¿Usted no va a servirse?
- Estoy a dieta, prefiero unos huevos fritos. Disfrute de su liebre que la carne de felino es un gran afrodisíaco.
Con un estentóreo eructo y unas palmadas en la barriga, Pata Negra dio por terminada la ingesta y abordó sin mas a la polaca que liquidaba con una miga de pan su onceavo huevo frito.
En un rincón de la despensa, sobre un camastro indecente, él le mintió amor eterno correspondido por ella con un fingido placer.
Al amanecer, la polonesa vació escrupulosamente los bolsillos del gitano envuelto en una tormenta de ronquidos. Cuando despertó, creyéndola dormida, se vistió en silencio y abandonó la fonda a hurtadillas. A la pasada se tentó con un jamón que colgaba del techo, y corriendo por el patio se lamentó de no poder volver por la mula y el perrito que seguirían en penitencia.
La polaca, que en ese momento desplumaba una docena de chimangos para elaborar sus famosas codornices en escabeche, le pidió que viniese mas tarde argumentando que el perrito y la mula estaban en lo del veterinario para un chequeo de rutina.
Cuando el hombre volvió por la fonda recibió un nuevo embuste como respuesta. Le dijo que los tenía en penitencia por mala conducta y que no podían recibir visitas. La mula –explicó- siempre me patea en contra y el perro le voltea las ollas de la cocina, y lejos de reconocer su torpeza se hace el boludo, como es propio de la especie.
- Ya que está aquí y para darle sentido a su viaje –señaló doña Hanna – he pensado que bien podría arreglarme las goteras del techo que tantas molestias causan a mi distinguida clientela.
A cambio, después del cierre del establecimiento, lo agasajaría con alguna de sus afamadas exquisiteces.
El gitano debió aclararle que él era zíngaro no zinquero, pero que de todos modos aceptaba el convite.
-Por qué no nos presentamos- dijo galante. Peret, encantado, pero dígame Pata Negra, como mi abuelo.
-Hanna, tanto gusto, para los amigos La Polonesa. Espero que sabrá tocarme tan bien como Chopin- contestó son esa sutileza tan propia de las mujeres de su tierra.
- Mis dedos harán milagros en su teclado voluptuoso- siguió excitado el gitano a punto de abandonar la escalera y pasar a la vía de los hechos.
-Callesé, no ve que me sonrojo, me turbo, me caliento...
El romaní pasó unas horas sobre el techo sin hacer nada. Con la sequía que hay, malo será que llueva antes de la noche – pensó mientras se hurgaba las orejas con la uña del dedo meñique que conservaba larga para tales menesteres.
La polaca, mientras atendía a los últimos comensales entre los vahos de la grasa de cerdo y el aceite recocido, concluyó que el gato de la vecina, que solía venir por los desperdicios, bien pasaría por liebre en las fauces de su invitado.
-¡Al fin solos! Suspiró doña Hanna. –que si bien era gorda y patizamba, carecía de belleza.
- Su guisado es delicioso.-galanteó el gitano mientras se desabrochaba el cinto para aumentar la capacidad estomacal. ¿Usted no va a servirse?
- Estoy a dieta, prefiero unos huevos fritos. Disfrute de su liebre que la carne de felino es un gran afrodisíaco.
Con un estentóreo eructo y unas palmadas en la barriga, Pata Negra dio por terminada la ingesta y abordó sin mas a la polaca que liquidaba con una miga de pan su onceavo huevo frito.
En un rincón de la despensa, sobre un camastro indecente, él le mintió amor eterno correspondido por ella con un fingido placer.
Al amanecer, la polonesa vació escrupulosamente los bolsillos del gitano envuelto en una tormenta de ronquidos. Cuando despertó, creyéndola dormida, se vistió en silencio y abandonó la fonda a hurtadillas. A la pasada se tentó con un jamón que colgaba del techo, y corriendo por el patio se lamentó de no poder volver por la mula y el perrito que seguirían en penitencia.
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