martes, 11 de agosto de 2009

Aflojando


Terranova estaba casi por meter la cabeza en su apellido ante el fracaso del delibery de cuerpos.
En su segunda incursión había intentado el acuerdo con Pascual Figueroa, un viejo capataz de estancia retirado, que había perdido a su mujer Amalia en un trágico accidente aéreo.
La pobre mujer fue aplastada por la hélice de un viejo molino que estaba sobre la casa de la pareja.
Lo mas cruel fue que Pascual reparó las aspas a martillazos y las clavó en la tumba de la finada con una frase que causaba espanto “que sean las alas que te lleven al cielo”.
Ramón siempre sentía un escalofrío cuando pasaba por la tumba de Doña Amalia tal vez porque daba al portón trasero por donde se colaba un ventarrón que hacia aletear las aspas.
Pero Pascual estaba retirado y no quería regresar fundamentalmente a su casa. Se había retirado a las montañas con un perro pastor, que cortaba el pasto con los dientes para retozar.
Pero la historia la supo de los inquilinos que habitaban la casa del malogrado matrimonio que bien logrado vivían sin depositar una moneda a cambio, por falta de dueño.
Como es natural no quisieron ningún cuerpo y menos de la occisa con temor a algún reclamo del mas allá por parte del alquiler adeudado mas acá.
Cansado de su ideario por unir a familias y muertos y ante la mirada cada vez más incomprendida de Tatono y Recelo, decidió tomar el toro por las astas.
A falta de toro tomo las astas del molino y las revoleó por la calle en señal de desahogo y para no patear a los perros que se ocultaban para mover la cola.
La tragedia estaba a la vuelta de la esquina y Ramón la encontró cuando dobló.
La vieja hélice estaba clavada en la puerta de la peluquería de Don Esteban como estocada asesina.
Esto cada vez peor, dijo Ramón que se acercó a evaluar los daños y comprobó que había sido una desgracia con suerte.
Las aspas estaban intactas pero Don Esteban había perdido dos dedos que estaban justo en el picaporte, que justo iba a abrir, para salir justo, a llamar a su hijo Justo.
Los dedos cercenados estaban en el suelo y no se movían pero si el peluquero que se retorcía de dolor y no tenia los dedos para cerrarlos y pegarle una trompada a Ramón.
Tatono y Recelo actuaron de inmediato ante la parálisis de la víctima y victimario y corrieron a buscar ayuda.
El alboroto atrajo a los vecinos que actuaron también y mejor y al cabo de una hora el único cirujano del pueblo, había logrado con éxito implantar los dedos aunque mordidos por Tatono que los trajo al dispensario.
Terranova sintió alivio ante el trágico suceso, que terminaba bien aunque debió permanecer detenido por dedicidio preterintencional con atenuante de reconstrucción manual.
El comisario lo dejó en el calabozo por dos semanas, porque cebaba mates con espuma, hasta que se dió cuenta que le colocaba unas gotas de detergente a la yerba.
Tatono y Recelo mientras tanto se encargaron de cuidar el cementerio y vaciar el osario.
Don Esteban pintaba en su peluquería sobre la vieja hélice que permanecía clavada en la puerta un cartel de promoción que decía “la mejor mano para el corte”

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