viernes, 14 de agosto de 2009

El viento los amontona


En el pueblo todos comentaban el suceso y no faltaban las hipótesis disparatadas.
Algunos proclamaban la inocencia del sepulturero, argumentando que la rueda del molino había sido impulsada por el espíritu la difunta como represalia por una permanente defectuosa que le había chamuscado los pelos, horas antes de su tradicional discurso en la Sociedad Filatélica Evangelista.
Otros, por el contrario, apuntaban directamente a Terranova, pero descartando el carácter accidental del acontecimiento. Para estos, el peluquero – conocido levantador de quiniela – había pagado con la amputación de dos dedos a la altura del metacarpo el incumplimiento de una sacra deuda de juego. Según las versiones, cuando el sepulturero acertó el cuarenta y ocho en redoblona, haciendo saltar la banca, Don Esteban desconoció la apuesta argumentando que la Ordenanza de Ética Municipal era taxativa en prohibir a sus empleados utilizar información privilegiada en provecho propio: la relación de Ramón con los muertos –según su defensa- era harto conocida.
En este clima de agitación pública, Gauderio, quien supo ser Mendizábal, llegó al lugar portando su humilde atadito. La presencia del forastero fue tan notoria que la policía, en cumplimiento de las funciones que le son propias por delegación ciudadana lo detuvo de inmediato. Fue así que como por obra de las circunstancias, que algunos llaman casualidad, conoció y compartió la celda que hasta entonces habitaba en soledad Ramón Terranova, de profesión sepulturero. Él le enseñó a sobrevivir en el hostil ambiente carcelario. Aprendió los códigos y el argot de los reclusos, y se hizo hábil en el arte de liar cigarrillos con el yute de la suela de las alpargatas. Cuándo Terranova le habló del canuto, imprescindible para poner el dinero a buen resguardo, pensó que nunca lo lograría. La técnica, conocida como La Gran Papillón, le costó sudor y lágrimas, literalmente hablando, en virtud que el único recipiente disponible en el calabozo era un envase de pelotas de tenis. Fue demasiado tarde cuando advirtió que no tenía ni un solo peso para esconder.
El primer plan evasivo fue analizado con matemática precisión. Cavarían un túnel, en dos turnos de seis horas, lo que les permitiría avanzar treinta centímetros por semana, con lo cual al cabo de dos años y ocho meses llegarían hasta el pozo ciego del excusado que estaba afuera, desde donde escaparían con facilidad escondidos en el depósito del camión atmosférico que llegaba ese día para la descarga semestral.
El proyecto fue cancelado cuando cayeron en la cuenta de que el tiempo necesario excedía largamente las dos semanas de calabozo prometidas.
Pero los dos compañeros de infortunio estaban decididos a fugarse; la idea les provocaba excitación. Cuando supieron que Gauderio iba ser llevado en presencia del comisario para un interrogatorio acordaron llevar adelante el Proyecto Terremoto.
El recluso rechazó los cargos con tanto énfasis, que sus primeras negativas, apoyadas con violentos movimientos de cabeza provocaron el derrumbe del viejo destacamento.
Afuera los esperaba un ataúd biplaza, montado sobre rulemanes y tirado por dos perros, que partió con los evadidos, perdiéndose en la noche.

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