viernes, 2 de octubre de 2009

Ser o no ser mon


Tatono lanzó un largo aullido coronado por dos ladridos cortos, el último levemente desafinado a causa de una mala administración de su capacidad aeróbica. Un grupo de Baladitas, de la Orden Libanesa Maronita, cayó de bruces al identificar claramente El Sermón de la Montaña. Para el mazdeísmo no había dudas de que se trataba de la palabra de Zoroastro en sánscrito. Dos jóvenes iraníes, en señal de sumisión, procedían a arrancarse los pelos, el uno al otro. En un geriátrico vecino, un grupo de ancianas que rezaban el rosario sufrieron orgasmos múltiples y simultáneos.
El fenómeno produjo un estremecimiento que atravesó fronteras culturales y religiosas.
Los taxistas cobraban un precio justo y los monjes capuchinos provocaban un cisma al volcarse en masa al apetitoso submarino.
Los móviles radiales y televisivos cubrían en directo el prodigio, y sus cronistas, sorprendentemente, escuchaban las respuestas de sus ocasionales entrevistados.
La prensa sensacionalista coincidía en el carácter divino del perro y su mensaje apocalíptico. En absoluta disidencia, un columnista agnóstico escribía que el cuzco era un farsante y que verdadero Apocalipsis llegaría si la Selección de Fútbol no se clasificaba para el mundial.
Mientras tanto los hechos se sucedían y tambaleaban las convicciones religiosas. Una veintena de Monjes de Clausura se ofrecía como inspectores para la Dirección de Bromatología y la Orden de los Agustinos Recoletos se mudaba al menos coqueto barrio del Once.
En el pequeño templo, fieles de los rincones más remotos peregrinaban con velas y flores para Tatono y su apóstol Recelo, encargado de buscar entre los dones, alguna ofrenda que calmara su apetito.
La revolución de la moral y las costumbres parecía no tener límites. Los policías pagaban la pizza y los viernes los maridos cenaban con sus amigos. Las Carmelitas Descalzas miraban embobadas las vidrieras de Guido y las órdenes mendicantes se buscaban un trabajo decente, renunciando a vivir de la limosna.
Chamanes y Espiritistas se abrazaban jubilosos, y los luteranos saludaban al Papa en el día de su cumpleaños. Un sacerdote que regenteaba un hogar de niños huérfanos dejó los hábitos para casarse con un despachante de aduana, por iglesia y con vestido blanco.
Cuando el empresario escuchó la propuesta del ministro no pudo ocultar su rostro de sorpresa.
-Pensé que el diego no corría más. –dijo como quien pide disculpas.
- Mi amigo, – respondió el funcionario mientras lo acompañaba hasta la puerta echándole un brazo sobre los hombros – ante tanta locura alguien tiene que mantener la cordura. Venga el domingo por el country y nos tomamos un champancito; traiga a su señora.
Muerto de hambre, Tatono agradecía los presentes de los fieles, que desfilaban sin cesar con un leve movimiento de cola. Mas velas y mas flores, alguna imagen de la Virgen Desatanudos, pero ningún chorizo, ni siquiera un caracú. La incomprensión de la feligresía lo hizo recordar al niño Jesús.
Enterados de su nacimiento los Reyes Magos le llevaron de regalo oro, incienso y mirra. Ni una puta mamadera.

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