lunes, 7 de septiembre de 2009

Amor discones en tiempos de cólera


La polaca quedó satisfecha con la propuesta de esperar el nacimiento del bebé y dispuesta a llevar durante el embarazo una dieta equilibrada lo mandó al gitano a comprar frutas de estación con un billete engrasado que escondía en el corpiño.
En tanto les contó que en Curarú el delegado municipal, argumentando un complot para destituirlo, había anunciado que destruiría a los insurrectos.
- A partir de mañana –dijo el mandatario en un solemne discurso de tono severo- comienza la caza de brujas.
A falta de ellas estuvo a punto de colgar de un árbol de doña Amalia, de quien se decía que era una vieja arpía, pero lograron convencerlo de que si bien la mujer era dueña de un aspecto desagradable y personalidad codiciosa, ello no justificaba su linchamiento. Finalmente se conformó con la curandera del pueblo a quien prohibió de por vida curar el empacho con cinta, y los parásitos de palabra.
Furioso por el mal comienzo la emprendió con lo que él llamaba la oligarquía terrateniente.
Don Asdrúbal Malamud, confeso opositor al delegado quien se ganaba la vida como criador de cerdos fue obligado a embaldosar el chiquero e higienizar a los animales día por medio, en virtud de una disposición de bromatología confeccionada ad hoc. De nada sirvió la opinión del comité de notables que sostuvo que chancho limpio nunca engorda. El Turco, como apodaban al productor, quedó en la ruina y los atorrantes del pueblo sin motivos para robarle de tanto en tanto un lechón, de tan flacos que estaban.
Lo medios de comunicación también tuvieron lo suyo. El semanario El Imparcial fue clausurado por omitir maliciosamente el autopromocionado viaje de la señora esposa del delegado a la vecina ciudad de Pehuajó con la finalidad de renovar su vestuario para la temporada otoño-invierno.
El comisario, según la Polaca Hanna, no movió un dedo ante tantas arbitrariedades. Sostenía que las Fuerzas Armadas, de profundas convicciones democráticas, se subordinaban plenamente al poder civil. Como pago a tamaña alcahuetería se le permitió conservar su puesto después de la vergonzosa fuga de Terranova y Gauderio y mantener el puesto de choripán a la vera de la ruta a pesar de las quejas de los automovilistas que protestaban porque justamente a la hora del almuerzo, todos los días un operativo de transito los detenía por varias horas.
Peret volvió con las manos vacías y los ojos hinchados. Al único ferroviario que quedaba, un cambista gordo y gruñon, le había sonado a broma de mal gusto que un gitano desaliñado fuera a la estación a comprar fruta.
La polaca no lo molió a palos por bruto porque le pareció redundante.
Angustiada, y como por arte de magia, extrajo de entre sus enaguas una torta de chicharrón que hizo desaparecer entre sus fauces de dos dentelladas. Después de un eructo mal disimulado le dirigió al zíngaro una mirada cargada de reproches.

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