viernes, 18 de septiembre de 2009

Quijotes de PU (pabellon de urgencias)


El jefe de terapia intensiva ordenó para los heridos sendas tomografías computadas con carácter de urgente, provocando estentóreas risotadas entre el personal a cargo del servicio.
Un empleado de overol, con los ojos desorbitados, pateaba con sus pesados borceguíes el aparato que solo atinaba a responder con un débil parpadeo de lucecitas. Su compañero, con un grueso caño galvanizado hacía palanca en un intento vano de liberar un paciente atrapado que presentaba muy debilitados sus signos vitales. En tanto un tercero a quien nadie escuchaba, insistía en la necesidad de un cambio de aceite y filtro.
Ante la imposibilidad del chequeo, Terranova y Peret fueron internados transitoriamente en la lavandería, lugar tranquilo en virtud de la falta de funcionamiento de las máquinas lavadoras.
Horas mas tarde ingresó al hospital Gauderio. Lo revisó un médico rodeado de un grupo numeroso de residentes que observaban con curiosidad los síntomas del paciente. Después de secarle el rostro con un trapo rejilla, ante la carencia de algodón y gasa, diagnosticó sin mayor interés.
-Para la ciencia, coma etílico. Entre nosotros, chicos, un pedo de Padre y Señor nuestro.
Antes de retirarse, una jovencita le pegó un gastado chicle en el pelo, compartiendo su ocurrencia entre risitas con sus compañeros.
En cirugía, Tatono y Recelo armaban una gran batahola disputándose entre gruñidos la pierna de un diabético, recién amputada.
Ajena a estos avatares la Polaca avanzaba a campo traviesa dejando atrás las ruinas del rancho en compañía de los linyeras que la designaron cocinera de la comitiva.
A la hora de la cena encendió un fuego con bosta seca y en una lata de dulce de batata improvisó un clásico puchero de campaña. Media docena de cuises y tres comadrejas no fueron suficientes para saciar tanto apetito, pero convinieron en que mañana seria otro día.
Hanna se acostó tapada con una raída frazada pero no pudo pegar un ojo, intuyendo un asalto de los hombres, deseosos de obtener favores carnales. Al amanecer sus sospechas se desvanecieron. Se consoló pensando en que se trataba de gente pobre pero muy respetuosa.
Terranova y Peret fueron mudados de la lavandería. Los operarios, una vez destruido por completo el tomógrafo debían ocuparse de reparar los lavarropas, bien provistos de martillos, barretas, y otras herramientas de precisión.
Los acomodaron en toco ginecología a condición de que no molestaran con sus quejidos y que de ser necesario dieran una mano a los profesionales en lo que se les requiriese.
Al gitano, la pérdida de masa encefálica le sentaba bien. Sentía que había echado lastre.
Gauderio dormía por tercer día consecutivo en la misma carretilla que utilizaron para ingresarlo. Tatono y Recelo, entre aullidos, lo lloraban creyéndolo muerto.

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