martes, 15 de septiembre de 2009

Nacer o no ser


El golpe fue tan violento, que desparramada entre las astillas del sofá y con las piernas abiertas, la polaca tuvo la terrible sensación de haber perdido el embarazo. Lo que en realidad perdió fue una horma de queso cuartirolo que escondía entre sus bragas para casos de emergencia. La pieza salió rodando con tanta violencia que derribó la precaria puerta del rancho y se perdió a los tumbos aromando de lactosa la amarga aridez de las pampas.
Estresada, Hanna rompió bolsa, y la criatura que aún no había cumplido el tercer mes de gestación, nació sin complicaciones aunque de un modo sorprendente. El varoncito, de unos quince centímetros de altura salió caminando de la entrepierna de la madre silbando una tonadilla andaluza. Vestía camisa blanca, pantalón negro ceñido a la pierna y unas botitas con tacón que lo inclinaban ligeramente hacia delante destacando la redondez de su colita.
La parturienta, aún sin poder incorporarse de entre los escombros del mobiliario, miraba estupefacta al niño que con recelo le daba pequeñas pataditas intentando confirmar que esa cosa no estaba en condiciones de atacarlo.
-No temas, soy tu madre. –dijo con los ojos llenos de lágrimas. ¡Tenemos tantos planes para ti! – agregó, utilizando un plural que no incluía a nadie. –Serás un niño estudioso, un hombre decente y trabajador, un padre responsable...
- Y por ende la deshonra de la dinastía Pata Negra.-interrumpió el gitanito indignado al tiempo que cortaba el cordón umbilical de un tajo de sevillana y desaparecía siguiendo la huella que minutos antes había trazado el queso.
Sumida en una profunda depresión la polaca pensó en dejarse morir por inanición, idea que abandonó al mismo instante que sus tripas crujieron recordándole que aún no había desayunado. Hacerlo por indigestión sería menos romántico pero mas llevadero. Una profunda pesquisa por los alrededores entregó tan magros resultados que los dos míseros huevos de lechuza que encontró y comió crudos sin demasiada convicción, solo lograron avivar su apetito.
Podría beber cicuta, pero su absoluta ignorancia sobre Sócrates, y las convicciones del filósofo ateniense se lo impidieron. Sobre Alfonsina, si bien tenía escuchada la zamba nunca la había comprendido. Sospechaba que algún poeta genuflexo había compuesto los versos para complacer a la hija de un ex presidente. De todos modos la carencia oceánica de la región era palmaria.
Resuelta a consumar el suicidio decidió ahorcarse colgándose de una viga del rancho. Cuando el gitano Peret volviera por ella arrepentido, la imagen de su cuerpo inerte y pendulante se grabaría en sus retinas recordándole su infamia de por vida.
El techo se derrumbó sin oponer mayor resistencia cubriendo de paja y barro el cuerpo de la infausta. La encontraron dos linyeras al día siguiente. A juzgar por la voracidad con la que se comió el pan duro que le ofrecieron diagnosticaron que la polaca estaba fuera de peligro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario