viernes, 17 de julio de 2009

El embustero


Cuando llegó, un domingo por la tarde, la estancia estaba casi desierta.
Acomodó su atadito en el rincón que le asignaron y se dio una vuelta por los corrales.
Vuelto a los dormitorios, sin nada mejor que hacer, el mocito conchabado como boyero, se puso a ordenar el catre, que a falta de inquilino era usado para apilar objetos inservibles.
Llamó su atención un libro, sepultado bajo un montón de trastos desvencijados, cubiertos de polvo y herrumbre.
Sobre la cubierta de cuero bien conservada, leyó el título, con las dificultades propias de su escaso tercer grado: la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine.
La obra, un libelo de la Edad Media, encargado por la iglesia para atacar a los musulmanes que se hacían fuertes en España, afirma que Mahoma, ayudado por un sacerdote pecador, aprendió a adiestrar a una paloma colocando un par de granos de trigo en sus orejas. Siempre que la paloma veía a Mahoma, volaba sobre sus hombros y acercaba el pico a su oreja.
Luego el clérigo cómplice convocó al pueblo y dijo que el Espíritu Santo vendría a la tierra en forma de paloma y señalaría al elegido de Dios. Soltó a la paloma a escondidas; ésta se posó sobre los hombros de Mahoma, que se había colocado entre la gente, y acercó el pico a su oído.
Cuando el pueblo vio aquello, creyó que el Espíritu Santo había descendido sobre él y le transmitía al oído la palabra de Dios. Así, según el viejo libro, fue como Mahoma, mediante engaño, se convirtió en profeta.
Muerto don Julio Casares, y vendida la estancia a unos ingleses, no había testigos del origen de aquel libro que el muchacho tomó para sí. Poco entendió del asunto religioso pero el truco le pareció interesante.
La paisanada burlona, festejaba con risas las extravagancias del recién llegado, que pasaba sus ratos libres con una torcaza, rechoncha de granos de trigo.
Un día se fue al pueblo y dejó boquiabiertos a un grupo de niños que jugaban en la calle,
cuando la paloma le dijo al oído que el mes entrante llegaría un circo con elefantes y leones. Lo había escuchado en el almacén adonde fue por papel y tabaco.
A la semana siguiente, después de misa de ocho, le transmitió a una viuda desconsolada las palabras tranquilizadoras que su marido le enviaba desde el cielo.
El engaño también lo ayudó en el amor. Margarita salía de su clase de costura cuando el mozo le salió al cruce prometiendo que solo se atrevería a pretenderla si Dios estaba de acuerdo. La paloma entrenada le transmitió el visto bueno.
Un Domingo de Ramos, envanecido, enfiló para el boliche; un pequeño tugurio de paredes blancas, a las afueras del pueblo.
Allí encontró algunos peones de una hacienda vecina que lo saludaron con una inclinación leve de cabeza.
Entre las murmuraciones que provocó su presencia creyó escuchar por primera vez la palabra profeta, y ahí nomás, sin pensarlo demasiado, envalentonado, se fue de boca.
Les dijo que el Espíritu Santo le anunciaría que caballos ganarían las cuadreras.
Salió a la calle y los gauchos lo siguieron en tropel.
Miró al cielo con los brazos alzados, y la paloma insaciable voló desde un álamo para posarse en su hombro y acercarle el pico a la oreja.
Acodado al mostrador, el boyerito bebió su primera copa de caña, invitada a su salud por el paisanaje agradecido por el dato. Le insistieron y tomó otra. A la salud del profeta, escuchó claramente, y festejó con una sonrisa.
Al atardecer, lo encontró la peonada enfurecida, tranqueando por el camino que lleva a la estancia. Al verlos maldijo por su suerte y su imprudencia.
La torcaza escapó volando. El profeta no pudo, lo molieron a palos.

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