miércoles, 15 de diciembre de 2010

lo que rio


Pese a tener un fin de año atareado (estoy con obras (no publicas sino privadas) y ando detrás de albañiles, pintores, plomeros y gasistas. "ando detrás" sin ninguna connotación romántica (aunque dicen que los plomeros son los mas rudos), estuve pensando en escribir algunas reflexiones sobre la locura.
Resulta que cada vez (según familia y amigos) me dá por "hacerme el loco". Días atrás comencé mi participación en un tradicional torneo de golf con una nariz de payaso robada a mi hija. Colorada ella; la primera digo; a la nariz me refiero.
Comencé a preguntarme entonces: como sabe alguien si se está haciendo el loco o es loco. ¿Por que los terceros (lo demás digo, no los que siguen al segundo) deberían diferenciar entre un loco y uno que se hace? No es suficiente con que parezca.
¿Si un loco no tiene conciencia de su locura, como sé yo que con la nariz de payaso en el torneo de golf me estaba haciendo el loco y no estoy loco.
Además me invade la duda (la dejo invadir nomás) sobre hechos cotidianos que me impactan y no tengo idea porque lo hacen (como las recetas de los libros de cocina)
Concretamente me refiero a una periodista de la tele que dijo ni bien terminó el partido: "todos tenemos que estar contentos porque Estudiantes fue el mejor de todos".
Me demoré un instante y me di vuelta para mirar el televisor que tenía encendido como compañía mientras intentaba vanamente reparar un secarropas. Tardé solo unos segundos en caer en la cuenta que la noticia no había logrado ponerme contento. Yo no soy hincha de Vélez ni de Gimnasia, pero así y todo no me invadía la euforia.
Ante mi requisitoria, mi esposa me puso la mano en la frente y miró el color de mi lengua sin encontrar nada raro.
No hay caso, me dije, soy un amargado. Volví a mirar la tele y la imagen me lo confirmó: la gente saltaba loca de alegría y revoleaba camisetas como ponchos Soledad Pastoruti.
Y yo nada, ni un poquito. Juro que lo intenté: "vamos Pincha carajo" grité pero sonó poco convincente. Mi señora, se sobresaltó y empezó a mirarme de reojo.
Qué carajo me pasa. En este país de mierda una alegría es una alegría, y yo nada.
Miré otra vez el televisor y la misma periodista terminaba un reportaje con un jugador pelado. “Muchas gracias - le decía - ahora a festejar con tus compañeros" y el tipo, obediente, se mezclaba con el resto del equipo, confirmando las sensatas aseveraciones de la cronista.
Entre la amargura que me inmoviliza y la locura que me moviliza mejor me dedico a seguir detrás de los albañiles que algo saben de una de cal y una de arena. O me acerco al peón de por tradición sigue haciendo el fuego con maderas sobrantes bajo una parrilla nostálgica de carne y hambuguesa.Pero el convenio lo exige aunque prepara sándwiches de queso de chancho y mortadela.Eso si:
mejor me alejo de los periodistas que son como los azulejadores cortan y pegan.

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